Por José A. Portela y Guillermo Debandi
Cambios que generan cambios
En las últimas décadas, los oasis productivos de la provincia de Mendoza han venido experimentando un proceso de avance de la frontera agrícola sobre el monte natural, basado principalmente en la expansión del cultivo de vid para vinificar.
En términos generales, este cambio en el uso del suelo fue un proceso desordenado, no planificado, en el cual primó la decisión privada, con pobre conocimiento de los impactos ambientales que podrían ocasionarse y con una completa falta de visión de conjunto del territorio, que redundó en una marcada homogeneización del paisaje agrícola, con el desplazamiento de la biodiversidad nativa hacia la periferia de los cultivos.
Sin embargo, el panorama viene modificándose…
Hacia una vitivinicultura innovadora que conserva la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos
Históricamente, los viñedos mendocinos han sido concebidos como áreas monofuncionales, orientadas solo a la provisión de alimentos y en las que la biodiversidad nativa era una amenaza o resultaba irrelevante.
La típica viña con algunos otros frutales intercalados, que caracterizó a la pequeña y mediana empresa familiar agroindustrial sobre la que se conformó la sociedad mendocina, fue desde siempre manejada con pautas de “tolerancia cero” a las “malezas”, con fuerte intervención mecánica y en donde primó una visión estética de “cultivo limpio” que estaba por encima de lo biológico, e incluso por encima de lo económico.
En la actualidad, gran parte de la superficie cultivada sigue este mismo esquema, con la diferencia que para ayudar a cumplir con la limpieza se generalizó el uso de herbicidas y que los emprendimientos más modernos son de mayor superficie y con marcada tendencia al monocultivo, habiéndose perdido la costumbre de nuestros abuelos de intercalar aquellos frutales y alguna que otra huerta dentro del viñedo, que se usaba para consumo familiar.
Estos dos esquemas productivos conviven hoy en día, generándonos sentimientos encontrados. El “eno-turista” ve con buenos ojos tanto al pequeño viñedo antiguo, rodeado de frutales en un enclave tradicional, como a las grandes extensiones de modernos viñedos en zonas donde antes dominaban las jarillas. Sin embargo, desde una mirada ecológica ninguno de estos esquemas resulta satisfactorio frente a un mercado cada vez más exigente en el cuidado del ambiente. El consumidor actual no sólo quiere saber de qué varietal está hecho el vino, el año de cosecha, el tiempo de su paso por barricas (o el no paso por ellas), quién es el enólogo responsable del vino, o sus notas de cata; el consumidor también quiere saber dónde se encuentra la finca de la que se cosecharon las uvas, su entorno, si usan agroquímicos, si la bodega es responsable socialmente y si son respetuosos con la biodiversidad nativa.
Este nuevo enfoque, traccionado desde los consumidores y más amigable con el ambiente, es el que está movilizando a grandes y pequeñas bodegas a cambiar su forma de relacionarse con sus agroecosistemas. Estamos empezando a entender el entorno en que está inmerso el viñedo, las relaciones con el paisaje, la influencia de éste y los beneficios que podemos obtener para la producción de uvas. Estamos empezando a entender que cada finca es única y que no sirve copiar “recetas de manejo” importadas de regiones con otros climas y suelos, otras historias y culturas. Y en este camino, estamos empezando a entender las interacciones entre los organismos que viven en el viñedo y su entorno, cómo incorporar la biodiversidad de modo de aprovechar sus servicios ambientales y a la vez mejorar la conservación de las especies nativas. Un viñedo moderno, conducido en espaldero, ocupa tan sólo el 20% de la superficie intervenida, lo que significa que hay un 80% restante donde podemos cambiar nuestro enfoque y dar condiciones favorables para que vivan un sinnúmero de especies, muchas de las cuales pueden “trabajar” gratuitamente para nosotros.
Re-descubriendo la biodiversidad en los viñedos
Parches y corredores con vegetación nativa entre los cultivos pueden ofrecer hábitat a diversas especies y servicios ecosistémicos al mismo. En ámbitos académicos es un hecho ampliamente aceptado que conservar biodiversidad en las tierras de cultivo es un requisito fundamental para poder crear sistemas agrícolas sustentables. Particularmente en viñedos, a fin de restaurar la biodiversidad y sus funciones ecosistémicas, se plantea una urgente necesidad de mejorar el conocimiento de las especies de plantas nativas.
Para ello, nos hemos propuesto desarrollar pautas para el rediseño de los viñedos adoptando prácticas ambientalmente sustentables y valorando servicios ecosistémicos clave en Mendoza. En el marco, primero, de dos Proyectos Regionales con Enfoque Territorial de INTA, ya concluidos, y de un PICT-FONCyT actualmente en ejecución, estamos evaluando cómo distintas prácticas de manejo impactan sobre la biodiversidad en viñedos que tienen contacto con parches y corredores; estamos estimando cuál es el valor de la biodiversidad nativa en la oferta de ciertos servicios ecosistémicos a estos viñedos, y estableciendo a partir de ellos cuáles son los criterios de manejo para el diseño e implementación de sistemas vitícolas sustentables.
Hemos encontrado que, en esos viñedos, existe una gran diversidad de enemigos naturales, potencialmente útiles para el control de importantes plagas de la vid. Asimismo, considerando que muchos insectos benéficos necesitan de flores para su movimiento diario, y para la reproducción de algunos de ellos, estamos estudiando los períodos de floración de las especies de dicotiledóneas nativas, buscando aquellas con floraciones prolongadas y que sus períodos de máxima oferta de flores estén sincronizados en el tiempo. También estamos enfocados en conocer cómo utilizan el viñedo varias de las especies de aves insectívoras presentes, y en cómo ciertas prácticas de manejo pueden modificar la presencia de todos estos organismos y sus interacciones.
Partimos de los supuestos, a comprobar, que con mayor conservación de hábitats naturales será posible conseguir mayor diversidad de organismos benéficos y mayor heterogeneidad ambiental, lo que se traducirá en menor vulnerabilidad del agroecosistema. También, que la mayor diversidad de dicotiledóneas con flor dará lugar a una mayor diversidad de enemigos naturales, y que la mayor heterogeneidad ambiental llevará a una mayor diversidad de aves insectívoras en el agroecosistema.
En síntesis, buscamos saber qué diversidad funcional hay disponible en el viñedo y cómo puede contribuir a mejorar la sustentabilidad del agroecosistema. Pero por encima de todo, hacerlo trabajando junto con los productores vitícolas, codo a codo en sus mismas fincas, aprovechando que hoy los viñedos mendocinos están queriendo “abrirle la puerta” a la biodiversidad.
EEA La Consulta INTA, Mendoza; EEA Junín INTA, Mendoza